¿Marcharse equivale a superar los propios límites?

La expatriación como propulsor para superar los límites personales

Aquel que decide marcharse y volver a empezar su propia vida en otro lugar, por iniciativa personal o porque elige seguir a su pareja, decide salir de su zona de confort, dejar lo que conoce para ir hacia algo nuevo y a menudo desconocido. Esta primera decisión a veces se toma instintivamente, otras después de larga y ponderada reflexión, en algunos casos uno se va por necesidad, en otros por ganas de cambiar o por deseo de mejorar su propia vida.

Según el proceso decisional que nos ha empujado a marcharnos y la actitud personal de cada uno de nosotros frente al cambio, la manera de afrontar las dificultades, que de forma inevitable se presentarán, será distinta.

La vida en el extranjero hace que la persona se enfrente de forma rápida a sus propios límites, límites que cada uno tiene, pero que en un contexto peculiar como aquel de la expatriación, en el cual se plantearán múltiples retos al mismo tiempo (culturales, lingüísticos, profesionales, logísticos, burocráticos) se manifiestan de manera más evidente y a menudo repentina. En realidad, el hecho de que la experiencia en el extranjero obligue al individuo a afrontar sus propios límites, a considerarlos para intentar mejorarse a sí mismo adaptándose a la nueva situación de vida, tiene que ser visto como una gran ventaja. Se trata de un contexto en el cual la exigencia de superar los propios límites es urgente en cuanto determinante para la adaptación a la nueva vida. Esto puede ser para algunos sujetos un elemento propulsor, para otros un factor de estrés tan fuerte como para convertirse en bloqueo.

¿Qué hacer en estos casos? Algunas consideraciones:

  • Si no lo intentas no lo conseguirás

    Se trata de un concepto en apariencia banal, pero detrás de la inacción se esconden a menudo nuestra inseguridad y nuestros miedos (miedo a equivocarnos, a fracasar, al juicio ajeno…). Cada vez que evitamos afrontar un reto, nos auto-convencemos de que no estamos a la altura. Cada rehuida causa de forma inmediata una sensación de alivio, pero resta confianza en nuestras capacidades, aumenta la ansiedad y nos lleva a hundirnos en nuestro propio bucle de inacción.
    Por ejemplo, si el nuevo cargo que te ha llevado al extranjero te asusta y cada vez que tienes que solucionar un asunto complicado delegas la responsabilidad en otro, por miedo a no estar a la altura de la situación, crecerá poco a poco tu sensación de ser incapaz y por lo tanto no idóneo.

  • Uno valiente no nace sino se hace

    En la naturaleza existe el miedo pero no la valentía, que no es otra cosa que el miedo vencido (Giorgio Nardone). El miedo es una emoción innata, que todos probamos, es una emoción en su origen "sana" porque nos avisa frente a los peligros. Pero cuando el instinto emocional se dispara de forma inapropiada (es decir sin una verdadera amenaza o con una intensidad excesiva), el miedo puede transformarse en una emoción muy limitadora. Encararla gradualmente es la única forma de neutralizar su efecto limitador. El miedo al que nos hemos enfrentado se convierte, de hecho, en valentía.
    Volviendo al ejemplo anterior: si en lugar de evitar las situaciones que te asustan empiezas a centrarte poco a poco, en primera persona, en las responsabilidades que te han atribuido por tu nuevo cargo, cada vez que le plantes cara a tu miedo y lo superes, aumentará la confianza en tus habilidades para gestionar el nuevo contexto profesional.

Y tú ¿qué límites personales has tenido que superar desde que has dejado tu país?

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